"Ferguson, Gaza y el Estado estadounidense" |
Boletín - 27 de Agosto de 2014 |
El siguiente artículo de Megan French Marcelin, quien enseña en la Universidad de Columbia en Nueva York, fue publicado en Jadaliyya.com el 18 de agosto de 2014. Es un ejemplo de cómo la gente está buscando “conectar los puntos” entre el ataque a Gaza y otros ejemplos de opresión impuestos por un único sistema imperialista mundial, hoy encabezado por Estados Unidos. Luego del asesinato a balazos por parte de la policía del joven de 18 años Michael Brown el 9 de agosto de 2014, las imágenes de Ferguson, Misuri invocan las atrocidades que sufren los que viven bajo condiciones de ocupación militar en las zonas de guerra por todo el mundo. Muestran equipos de la Unidad de Operaciones Tácticas Especiales (SWAT por sus siglas en inglés) con cascos de combate apuntando sus armas a la frente o el pecho de mujeres y hombres negros: tanques militares rodeando a los residentes que exigen saber por qué la policía ha matado a otro joven negro; y manifestantes rociados con gases lacrimógenos llorando por el tormento de una substancia prohibida hace tiempo como arma química por los Convenios de Ginebra. A nivel mundial, la gente ha respondido con indignación y furia al uso de fuerza militar contra los ciudadanos, trazando conexiones entre el trato a los estadounidenses negros y el actual asalto a Gaza. Cuando el jefe de policía del condado de San Luis, Jon Belmar, alegó que la policía había hecho todo lo posible para practicar la “moderación”, parecía estar repitiendo las palabras de los oficiales israelíes justificando, una vez más, la muerte de civiles en Gaza. Por cierto, los palestinos han reaccionado a la brutalidad policial en Ferguson expresando su apoyo a los manifestantes allí y dándoles concejos sobre cómo evitar los efectos colaterales de los gases lacrimógenos. Los residentes de Ferguson, a su vez, han levantado pancartas que dicen “Palestina Libre” junto con carteles que afirman “SOY UN HOMBRE”, evocando la huelga de los trabajadores recolectores de basura de Memphis en 1968. Este intercambio entre gente de lugares opuestos del mundo, y las esperanzadoras redes de solidaridad que emergen en estos, sacan a la luz aspectos preocupantes del Estado estadounidense y ofrecen potenciales marcos de acción para el activismo global. Estos dos lugares están conectados por la militarización financiada por el gobierno estadounidense que ha respaldado ataques a comunidades con acceso desigual al poder en el mundo. Según un estudio redactado en 2011 por un colectivo de profesores estadounidenses, en el Medio Oriente el gobierno estadounidense ha dado cerca de 8,6 millones de dólares diarios a las fuerzas israelíes para la ocupación de Cisjordania. Al tiempo que dice apoyar la idea de conversaciones de paz, el gobierno estadounidense no ha vacilado en compartir con el Estado israelí los dañinos servicios de inteligencia, y lo ha abastecido con armas y municiones. Hace menos de dos semanas, los legisladores estadounidenses demostraron su decidido respaldo a Israel aprobando 225 millones de dólares para mantener el Domo de Hierro a pesar del perverso número de víctimas palestinas como resultado de las operaciones militares ofensivas israelíes en Gaza. La larga historia del respaldo militar del gobierno estadounidense a la represión a los palestinos ha ido paralela al aumento de la militarización de las fuerzas policiales estatales y locales dentro de Estados Unidos. Luego de la Rebelión de Watts en 1965, donde habitantes negros y latinos de Los Ángeles se tomaron las calles frustrados por las limitaciones socioeconómicas de la legislación de derechos civiles y por la brutalidad policial, la militarización de las fuerzas de policía locales con dotación paramilitar ha tenido un efecto desproporcionado en las comunidades negras de bajos ingresos, según un estudio reciente de la Unión Americana de Libertades Civiles. La finalización de la Guerra Fría exacerbó inicialmente esta tendencia al lanzar Ronald Reagan una “guerra contra las drogas” que consideró a las comunidades de bajos ingresos como una amenaza para la seguridad nacional. Desde su creación en 1997, el programa 1033 del Departamento de Defensa también ha transferido excedente de arsenal militar —incluyendo tanques, helicópteros, y fusiles de asalto M16— a las fuerzas policiales estatales y locales. A través del programa, las fuerzas policiales de todo el país recibieron unos 4.300 millones en equipo militar. Sin embargo, esta práctica creció exponencialmente luego del 11 de septiembre de 2001. Bajo la premisa de proteger a los ciudadanos de actos de terrorismo, el Departamento de Seguridad Nacional ha suministrado más de 34 mil millones de dólares en subvenciones a las fuerzas policiales estatales y locales. Irónicamente, el año pasado el jefe de la policía de la vecina San Luis pidió un dron indetectable para vigilar la ciudad en caso de que se diera un ataque terrorista. El pretexto de librar la “guerra mundial contra el terrorismo” ha dado como resultado el convertir en potenciales zonas de guerra a las comunidades negras, tratadas desde hace mucho tiempo como enemigos del Estado. La preocupante tendencia al incremento de la militarización se ha exacerbado por la forma en que el liderato político ha trastocado la responsabilidad de tal violencia. En Ferguson, al igual que en Gaza, los llamados oficiales de EEUU a la paz ignoran el hecho de que el suministro de armamento militar anula tales llamados. Los habitantes de Misuri y del extranjero no han dejado escapar esta ironía. Un tuitero palestino, mostrando una lata vacía de gas lacrimógeno que decía “Hecho en EEUU” ofreció una satírica garantía a los ciudadanos de Ferguson, diciendo que no debían preocuparse ya que el gas lacrimógeno que enfrentaban ya había sido probado en civiles palestinos. Si, como acertadamente plantea el congresista de Misuri Emanuel Cleaver en The Guardian, es “desmesurado que convirtamos una ciudad en la mitad de Estados Unidos en una zona de guerra”, es igualmente desmesurado que le demos a Israel los medios para hacerlo en Gaza. El trazar estas conexiones entre Ferguson y Gaza también presenta importantes críticas al poder, el espacio, y la política de la ocupación. En Ferguson, un pueblo en el que el 70% de los habitantes son negros y sin embargo la estructura de poder es predominantemente blanca, los manifestantes han evocado fácilmente la expresión “territorio ocupado”, recordándoles a los que están mirando que siempre han sido ciudadanos de segunda clase. El término ocupación hace referencia a una valoración hecha hace mucho por Marcus Garvey, las Panteras Negras, y el Comité Coordinador Estudiantil No Violento, entre otras organizaciones de derechos civiles, que han utilizado tal concepto para criticar la relación del poder estadounidense con las comunidades negras en todo el país. Cuando los habitantes de Ferguson les gritan “Franja de Gaza” a las fuerzas policiales locales, también se conectan con las luchas actuales por la liberación a nivel mundial; no solo buscan justicia sino también autodeterminación. Representar la actividad policial en Ferguson como una ocupación colonial establece las conexiones entre lugares ocupados como Gaza y las comunidades negras de bajos ingresos en Estados Unidos, donde a los habitantes materialmente les han levantado barreras para negarles los recursos, el acceso a la educación, marginarlos de oportunidades de tener vivienda, despojarlos de la ciudadanía, segregándolos en condiciones parecidas al apartheid. El tipo de creciente furia en Ferguson, Palestina y otros espacios colonizados no solo responde a los acontecimientos inmediatos que han desencadenado la acción, sino a décadas tras décadas de ocupación represiva y a que se les niega de la liberación social y política. Si bien el asesinato de Michael Brown ha enfocado la mirada de los medios en las cuestiones de la militarización y brutalidad policial, los habitantes de Ferguson, Misuri han sido sometidos cotidianamente a desigualdades preservadas institucional y estructuralmente, así como a la(s) más oculta(s) violencia(s) que éstas producen. El persistente hostigamiento policial, a menudo acompañado de brutalidad, es bien conocido en Ferguson. Sin embargo la brutalidad y la marginación de los habitantes de Ferguson van mucho más allá de sus interacciones con la policía. El desempleo en Ferguson se mantiene en el 13%, según datos recientes del Instituto Brookings, y cerca de 1 de cada 4 habitantes vive por debajo de la línea federal de pobreza. El acceso a la educación es sintomático de estos incidentes de violencia socioeconómica. Cuando el distrito escolar al que asistió Michael Brown fue catalogado como “deficiente”, en vez de transferir a los estudiantes a distritos mejores, el comité de educación del estado votó por re-acreditar los colegios como de colaboración, permitiéndoles a los funcionarios eludir la responsabilidad por las desigualdades entre distritos. En Gaza donde el bombardeo a escuelas de la ONU y la muerte de niños ha generado nuevas críticas a la ocupación israelí, esta valoración por lo general se queda corta para lidiar con la violencia diaria que soportan los palestinos. En Gaza, la restricción al movimiento de los palestinos y al ingreso y salida de productos a la franja ha sido devastadora para la subsistencia de los que habitan en el territorio ocupado. Más del 20% de los habitantes vive en la pobreza y el desempleo es devastadoramente alto. Los funcionarios israelíes han utilizado cálculos calóricos para limitar el suministro de alimentos y han destruido sistemáticamente las granjas, los negocios y las casas palestinos. Sometidos a abusivos puestos de control militar, a la revocación indiscriminada de los derechos humanos y civiles, al inminente potencial de detenciones arbitrarias, el encarcelamiento y la muerte, los palestinos viven como perpetuos súbditos coloniales. Conectar estos espacios no es sobrestimar sus semejanzas, sino comprender al estado estadounidense como central para la perpetuación de la desigualdad y el terror racial globales. La opresión histórica que se ha desafiado en Ferguson sigue poniendo al descubierto las limitaciones de la democracia estadounidense. Es una exigencia de libertad y autodeterminación que en lo fundamental une a los habitantes de Gaza y las comunidades negras de todo Estados Unidos. Con ese fin, proyectos como Facing Tear Gas [enfrentar el gas lacrimógeno] han tratado de ofrecer nuevos marcos globales para combatir la represión y fortalecer los movimientos de resistencia. Debemos continuar discutiendo sobre los usos problemáticos de la fuerza militar y el poder de EEUU, conectando experiencias, como lo han hecho en Gaza y Ferguson, hasta sobre las tendencias más amplias de racismo, imperialismo, y capitalismo que han definido y circunscrito las voces de las comunidades marginadas globalmente. |
|