Francia: Una masacre monstruosa, una "unidad nacional" peligrosa y una alternativa posible
Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar - 14 de enero de 2015

La monstruosa masacre del personal de la revista Charlie Hebdo por parte de fundamentalistas islámicos, al igual que el asesinato sin sentido de cuatro rehenes en un supermercado kosher [judío] dos días después, con toda razón horrorizó a muchos millones de personas. Buena parte de Francia parece estar unida bajo la consigna “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie). Pero esas palabras las están usando diferentes clases con intereses diferentes y opuestos. Abarcan perspectivas muy diferentes sobre lo que pasó y lo que debe pasar ahora.

Horas después de la masacre y en las noches siguientes muchos miles de jóvenes de clase media y otros se concentraron para expresar su indignación y consolarse entre ellos. Sea que hayan leído la revista o no, han llevado carteles que dicen “Je suis Charlie” para expresar su solidaridad con lo que entienden es un símbolo del espíritu crítico que quieren defender. También agitaron “Pas d’amalgame” (No mezclen las cosas), es decir, no usen esto para atacar a los musulmanes en general. El fuerte temor de que así sería —y que el futuro sería mucho peor que el presente— intensificó más la trágica atmósfera.

Pero a pesar de estas preocupaciones, la respuesta oficial no ha tenido nada que ver con defender la libertad de expresión ni otro tipo de verdadera libertad. El presidente francés François Hollande encabezó dos importantes ceremonias públicas luego de los ataques de los islamistas. Una fue una marcha simbólica en la Plaza de la Republica en la que 44 jefes de Estado y de gobierno, la gente encargada de perpetrar y mantener el intolerable orden mundial, caminaban literalmente cogidos del brazo. La otra fue para premiar con el título más alto de la Legión de Honor a los tres policías asesinados en los ataques.

Este momento de unidad nacional en Francia se reduce a esto: más de un millón de personas marcharon tras el desfile de los gobernantes del mundo y sus socios y lacayos en la Plaza de la República de París. Y en un fenómeno sumamente inusual en Francia, que se dice único en esa plaza conocida por las protestas, la gente aplaudió espontánea y repetidamente a la policía.

A nombre de defender la democracia contra el islamismo, el parlamento votó de inmediato para reafirmar la participación de Francia en la guerra en Irak dirigida por Estados Unidos y la misión de las 3 mil tropas francesas enviadas para reestablecer su autoridad en sus antiguas colonias en África occidental. Importantes políticos también se unieron sobre la necesidad de elevar la vigilancia y el control en toda la sociedad, establecer las propias enormes bases de datos de Francia en vez de basarse en las de EEUU, y vigilar fuertemente la Internet y el discurso público. “En Francia, ciertas posiciones no son una opinión, son un crimen”, advirtió el primer ministro Manuel Valls, y anunció que habrá “un antes y un después” del ataque del 7 de enero.

Entre el 9 y el 13 de enero, arrestaron al menos a 6 personas, los juzgaron inmediatamente bajo procedimientos especiales y las condenaron a entre 3 meses y 4 años de cárcel por “apología pública al terrorismo”. Ninguno fue acusado por conexiones con grupos yihadistas o actos violentos. Cinco fueron declarados culpables por despotricar de la policía mientras les ponían una multa de tránsito o en extremo estado de embriaguez, y a uno por sus comentarios en su página de Facebook. Se ha anunciado que la policía y los fiscales pondrán especial atención a los videos de rap, porque a veces expresan un tipo de “discurso de odio” que se debe prohibir —odio a la policía y al injusto orden social que la policía busca imponer. La policía es especialista en hacerles la vida un infierno a los jóvenes de los guetos de viviendas públicas desde mucho antes de que el islamismo (los movimientos por un Estado islámico) tuviera mucha influencia allí, y la represión de esta “peligrosa clase” ha llegado al primer lugar en la agenda del gobierno.

Un amplio sector de las clases bajas de Francia (aunque lejos de ser la totalidad), y los más oprimidos política y socialmente, son los hijos de gente de las colonias francesas que llegaron a trabajar en las plantas de ensamblaje, y en las industrias de la construcción y de servicios del país. Debido a que Francia tiene muy poco o nada que ofrecer a estos jóvenes más que una desgastadora vida de desempleo salpicada por trabajos humillantes, su propia existencia es considerada un problema. Cualquier impulso entre ellos que se pueda salirse de control es considerado una seria amenaza al orden social en el cual están en el fondo.

El actual choque global entre el imperialismo occidental y el fundamentalismo islámico está condicionando lo que sucede en estos guetos. Tal como el islamismo ha llegado a ser visto incorrectamente como un desafío a todo lo que Francia y Occidente han causado en África y el Medio Oriente, muchos franceses cuyos orígenes son de esos países (e incluso conversos de entre los más pobres de otros orígenes) han llegado a ver equivocadamente al reaccionario y anti-pueblo fundamentalismo islámico como una solución a la humillación y miseria que les han infligido.

El concepto de laicismo (separación de la iglesia y el Estado) surgió de las necesidades de la burguesía francesa en su revolución contra la monarquía feudal y de un siglo de batallas políticas contra la iglesia católica, el principal residuo representativo del viejo orden. Pero en boca de la clase dominante francesa hoy, es algo más que una referencia en clave al anti-islamismo, que a su vez es motivado no por desdén a la religión sino a la gente que tiene un conjunto particular de creencias religiosas, como si su religión fuera indicio de su inferioridad y por tanto una justificación para su exclusión de ciertos privilegios y de su lugar en la sociedad. Esto está estrechamente relacionado con el papel de Francia en el más amplio empeño de los imperialistas occidentales por consolidar el control sobre los pueblos y países del Medio Oriente y el norte de África donde el fundamentalismo islámico ha sido una fuente importante de beligerancia y oposición. No es sorprendente que los ataques contra el islam muchas veces sean vistos no como una cuestión puramente religiosa, sino como un ataque a la identidad y dignidad esos pueblos.

Ahora inclusive a los musulmanes y organizaciones islamistas pro-gobierno les están pidiendo tomar una posición pública contra el terrorismo, por lo menos el tipo de terrorismo que los círculos dominantes franceses rechazan. Todos van a ser considerados culpables a menos que reconozcan su conformidad con la estructura de poder francesa y sus llamados “valores”. En contraste, se consideraría racista exigirles a los judíos franceses —como judíos— tomar una posición pública contra el terrorismo de Estado israelí como condición para poder ejercer su derecho a practicar su religión y mantener su identidad étnica y religiosa.

Los que advierten que las masacres “alimentarán la ambiciones de la ultraderecha” no se equivocan, pero se deben tener en cuenta las necesidades que enfrentan los imperialistas franceses en general. Las condiciones que ayudan a fomentar el crecimiento del fundamentalismo islámico las ha creado el funcionamiento mismo del capital monopolista en Francia y a nivel global, y no se desvanecerán. Todo lo que ha hecho el imperialismo francés a nombre de combatir el islamismo, desde la represión en su país hasta las invasiones en el extranjero en asociación y competencia con Estados Unidos, solo ha exacerbado esa dinámica. En esta situación, no son solo los enemigos fascistas de la forma republicana de dominación burguesa los que están alarmados por la “blandura” de las clases medias de Francia y decididos a sacudirlas de su pasividad y a hacerlas cómplices más activos del imperialismo francés.

De cierta forma, el ataque contra Charlie Hebdo y la masacre del supermercado pueden ser considerados como una bendición para la clase dominante francesa. Estos eventos han galvanizado buena parte de sus enfrentadas filas y las ha hecho poner firmes, han servido como pretexto para aumentar la represión y las invasiones extranjeras, y sobre todo, les ha permitido llevar a un sector mucho más amplio de las clases medias a apoyar mucho más sus reaccionarios proyectos. Independientemente de lo que mucha gente pueda pensar de lo que en este momento significa “unidad nacional” —ya sea libertad de expresión, no exclusión de las minorías, defensa del laicismo o hasta una “unidad republicana” contra la derecha fascista— en realidad significa apoyar un sistema y un Estado ­—y su agentes armados en el país y en el exterior— que causan terrible sufrimiento por todo el mundo y en la misma Francia.

El ataque a Charlie Hebdo está siendo considerado como el equivalente al 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, tanto por quienes temen que Francia siga el ejemplo estadounidense como por quienes creen que las ambiciones de Francia requieren ponerse a la par en represión y agresión en el exterior. Pero las cosas no han salido bien para Estados Unidos desde entonces. La desafiante resistencia y el trabajo revolucionario allí han probado ser un importante factor en crear un ambiente en el desarrollo de los acontecimientos, especialmente en la medida en que ha comenzado a surgir una dinámica más positiva entre los más oprimidos y algunos de la clase media.

Hoy, la polarización de la población en Francia es muy desfavorable. Los más oprimidos están de hecho cercados. Las clases medias, con algunas excepciones, están ahora más inclinadas a buscar en el Estado la solución a sus temores e intranquilidad. Se tiene poco aprecio por el estatus quo, aun cuando la oposición a éste se la han dejado a los fundamentalistas tanto islámicos como católicos, y a los fascistas, todos unidos en la concepción de que la sumisión de la mujer es el pilar de la sociedad que quieren. Pero la posibilidad de una polarización diferente y mucho más favorable también se puede vislumbrar en la situación de hoy.

Un creciente número de personas en Francia “ha llegado a creer que la vida que sus padres tuvieron que vivir no vale la pena”, como escribió un comentarista. Ni los “valores” e instituciones capitalistas de Francia ni ningún tipo de fundamentalismo religioso pueden ofrecer una salida real a la opresión y degradación que encarcela al pueblo en el fondo de la sociedad y mucho menos materializar de verdad una vida liberadora para la amplia mayoría. Una visión de un tipo de sociedad diferente y un plan para lograrla que represente algo real puede volverse una alternativa cada vez más poderosa. Un movimiento cuya meta sea la emancipación de la humanidad, con los oprimidos entre aquellos en las primeras filas, puede empezar a apartar a un vasto sector de las clases medias que ahora están diciendo “Yo soy Charlie” de las garras de la clase dominante y abrir el camino a perspectivas mucho más positivas y liberadoras.

 (Basado parcialmente en un informe de un lector del SNUMQG en Francia).
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